Lígia Ferreira
Estamos en los últimos días de los Juegos Olímpicos en Beijing y me parece que los chilenos están cambiando los pies por las manos con la participación de sus atletas. Por frustración o por tener que estar de algún lado, empezaron a conmemorar victorias ajenas. Si la gran mayoría de sus atletas no lograron muchos éxitos, de alguna forma tendrían que mantenerse en la hincha.
En el ultimo martes no faltó el brasileño que recibió un exceso de bromas por la derrota de Brasil en el fútbol. Se notaba en la calle y en la televisión que los chilenos estaban satisfechos con el fracaso brasileño ante la selección de Mascherano. Pero, ¿qué los motiva a eso?
Si bien la selección brasileña no está buena, la chilena no puede gloriarse ni de su pasado ni de su presente. Entonces, ¿qué moral hay en glorificar la victoria de otro equipo? La respuesta es sencilla: ¡porque estamos en los juegos olímpicos! Y eso fascina a nosotros, de todas nacionalidades. ¿Quién esa semana no pasó a lo menos una hora delante de la televisión con sede de competición? Y la competitividad continua mismo que su equipo ya no esté en evidencia, porque el clima está formado.
Pasamos años sin nos importar mucho por el deporte, pero cualquiera grande competición, sean Juegos Olímpicos, Copa del Mundo, Panamericano o cualquiera otra, hace surgir un principio de nacionalismo para tornarse enamoramiento por el deporte en seguida. Mientras se esté ganando, somos todos hinchas, después de la derrota se escapa hasta lo que tenga la posibilidad de la victoria.
La solución rápida para que se pueda ser fanático de su propio país en las competiciones deportivas mundiales es accederse a la nacionalización de los atletas. No faltan las Georgias (Georgia), Taismarys (italiana), Glory Alozie (española), y muchos otros atletas que se sienten despreciados en sus países y quieran demostrar sus habilidades. Así el gobierno garantizaría una sensación de nacionalismo fuerte mientras las competiciones suceden y no tendrían que preocuparse con políticas de incentivo al deporte para que el todo el año ese sentimiento esté presente.
Por mientras, hasta el fin de los JJ.OO. somos fanáticos por deportes si, después, volvamos a normalidad por favor.

En el ultimo martes no faltó el brasileño que recibió un exceso de bromas por la derrota de Brasil en el fútbol. Se notaba en la calle y en la televisión que los chilenos estaban satisfechos con el fracaso brasileño ante la selección de Mascherano. Pero, ¿qué los motiva a eso?
Si bien la selección brasileña no está buena, la chilena no puede gloriarse ni de su pasado ni de su presente. Entonces, ¿qué moral hay en glorificar la victoria de otro equipo? La respuesta es sencilla: ¡porque estamos en los juegos olímpicos! Y eso fascina a nosotros, de todas nacionalidades. ¿Quién esa semana no pasó a lo menos una hora delante de la televisión con sede de competición? Y la competitividad continua mismo que su equipo ya no esté en evidencia, porque el clima está formado.
Pasamos años sin nos importar mucho por el deporte, pero cualquiera grande competición, sean Juegos Olímpicos, Copa del Mundo, Panamericano o cualquiera otra, hace surgir un principio de nacionalismo para tornarse enamoramiento por el deporte en seguida. Mientras se esté ganando, somos todos hinchas, después de la derrota se escapa hasta lo que tenga la posibilidad de la victoria.
La solución rápida para que se pueda ser fanático de su propio país en las competiciones deportivas mundiales es accederse a la nacionalización de los atletas. No faltan las Georgias (Georgia), Taismarys (italiana), Glory Alozie (española), y muchos otros atletas que se sienten despreciados en sus países y quieran demostrar sus habilidades. Así el gobierno garantizaría una sensación de nacionalismo fuerte mientras las competiciones suceden y no tendrían que preocuparse con políticas de incentivo al deporte para que el todo el año ese sentimiento esté presente.
Por mientras, hasta el fin de los JJ.OO. somos fanáticos por deportes si, después, volvamos a normalidad por favor.
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